George Orwell escritor
Fue su última película. Encarnó a O’Brien, un turbio funcionario de una tiranía atroz. Con su inquietante interpretación, Richard Burton se despidió para siempre de la gran pantalla. Murió poco después de intervenir en 1984, adaptación de la novela homónima de George Orwell (1903-50).
Ese era el seudónimo de Eric Arthur Blair. Educado en Eton, una conocida escuela de élite, se incorporó a la Policía Imperial en Birmania ante la imposibilidad de acudir a la universidad. Su familia no tenía dinero para costearla, y no contaba con una beca que sufragara los gastos. Cuando regresó a su país era un convencido antiimperialista.
Orwell viajo España a luchr en la guerra civil Españolacontra el facismo
La década de los treinta conformó una época conflictiva. En 1936, tras el estallido de la Guerra Civil española , Orwell viajó a nuestro país para combatir el fascismo. Fruto de la experiencia es una de sus obras más conocidas, Homenaje a Cataluña (1938), en la que defiende a los revolucionarios anarquistas y ataca el autoritarismo de los comunistas españoles. La denuncia del estalinismo será también el tema de Rebelión en la granja (1945), donde muestra cómo un paraíso colectivista degenera hasta convertirse en un infierno. En teoría, todos los animales son iguales. En la práctica, unos son más iguales que otros.
El nombre del personaje Emmanuel Goldstein hace alusion Leon Trotsky
Orwell estaba a favor del socialismo, siempre que fuera compatible con la democracia. En 1949, su cruzada contra las dictaduras se tradujo en 1984, el retrato estremecedor de un mundo dominado por la policía del pensamiento. La crítica se inspira en el comunismo soviético, pero puede aplicarse sin problemas a cualquier totalitarismo. La acción trascurre en un estado, Oceanía, gobernado por un líder todopoderoso denominado “Gran Hermano”.
Aunque George Orwell no vivió para disfrutar del éxito de su libro, lo cierto es que tuvo un enorme impacto cultural.
El poder quiere someter a la población hasta tal punto que fabrica una “neolengua”, en la que se eliminan términos del idioma. A menos palabras, menos capacidad para el pensamiento. El sistema, para funcionar, necesita un enemigo, el chivo expiatorio al que culpar de todo lo que no funciona. El adversario del Gran Hermano es un disidente llamado Emmanuel Goldstein. La referencia a León Trotski es clarísima: también se trata de un perseguido, también tiene un apellido judío.
En Oceanía solo existe un partido, el INGSOC. El Gran Hermano controla todos los aspectos de la vida de los ciudadanos. Cualquier fidelidad a otro, sea un padre, un hijo o una pareja, está prohibida.
Todo se basa en la utilización masiva de la mentira por parte de unos organismos que hacen siempre lo contrario de lo que dicen. Así, el Ministerio del Amor se dedica a torturar a los disidentes. El de la Paz se ocupa de la guerra con otras potencias. El de la Verdad, a manipular cualquier dato que entre en contradicción con los intereses del gobierno. Uno de sus trabajadores es precisamente el protagonista de la trama, Winston Smith, responsable de reescribir la historia en función de los intereses del presente.
En la actualidad, 1984 no ha perdido su fuerza como anuncio de los peligros que nos acechan con el auge del mundo digital.
A lo largo de su trabajo, Winston adquiere la convicción de que vive en medio de un gigantesco engaño. Conoce a otra disidente, Julia, de la que se enamora. Pero la rebeldía de ambos está destinada a estrellarse contra la maquinaría de la represión. ¿En quién pueden confiar? La más mínima certeza se vuelve imposible porque ni siquiera es seguro que el Gran Hermano exista. ¿Y si fuera una invención con objetivos de dominación?
iempre relevante
El regimen totalitario de Stalin inspiro la novela
Si pudiera presenciar los actuales debates sobre las fake news, Orwell lamentaría haber tenido razón.
En la actualidad, 1984 no ha perdido su fuerza como anuncio de los peligros que nos acechan, sobre todo con el auge del mundo digital. Las redes sociales, al recopilar datos sobre nuestras preferencias, pueden funcionar como un instrumento de control. También resulta llamativa la similitud con el presente de los “dos minutos de odio”, el tiempo que dedican las masas adoctrinadas a mostrar su desprecio contra el traidor Goldstein. La escena recuerda a los linchamientos en Twitter.
Llega un momento en que Winston Smith reconoce que dos más dos son cinco. El poder consigue destrozar su capacidad para ver los hechos tal como son, y acepta cualquier idea por disparatada que sea. Si pudiera presenciar los actuales debates sobre las fake news, Orwell lamentaría haber tenido razón.
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